Lo que usted Puede comprender Acerca de Revelation en solo diez minutos

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La escena del Evangelio recuerda también la primera lectura. Así como Esdras, Jesús está parado frente al pueblo, recibe un pergamino, lo desenrolla y lo interpreta (comparen Lc 4,16-17.21 con Ne 8,2-6, 8-diez). Israel se dedica de nuevo a Dios y a su Ley, como cantamos en el salmo de el día de hoy.

La primera lectura de el día de hoy está encuadrada en los hechos que suceden entre los días tras la Ascensión del Señor y Pentecostés. Nos encontramos en el mismo punto en el calendario litúrgico. Este jueves celebramos la Ascensión del Señor en gloria y el otro domingo celebraremos el envío del Espíritu Santo sobre la Iglesia. El Espíritu es revelado como el aliento dador de vida del Padre, la Intención por medio de la que Él hizo todas y cada una de las cosas, como nos comunica el salmo de el día de hoy. La celebración judía de Pentecostés citaba a todos los judíos devotos a Jerusalén, para celebrar su nacimiento como pueblo escogido de Dios, bajo la Ley dada a Moisés en el Sinaí (cfr. Lv 23,15-21; Dt 16, 9-11).

C De qué forma Responder A Las Observaciones De Dios.

Como advierte Santiago en la epístola de el día de hoy, debemos tomar como ejemplo a los profetas, quienes charlaron en el nombre de Dios. Él es el “Rey de la Gloria” de quien cantamos en el salmo de este día. Y según lo que Dios juró hace mucho tiempo a David, su reino no tendrá fin (cf. Sal 89,4–5). Al comienzo del mundo, Dios estableció la familia en el “matrimonio” de Adán y Eva, y los 2 se hicieron un solo cuerpo (cf. Gn 2,22-24). En este momento, en la novedosa creación, Cristo es hecho “un cuerpo” con su Mujer, la Iglesia, como nos señala la Epístola (cf. Ef 5,21-32).

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Sin embargo, como cantamos en el salmo de este domingo, deberíamos comprender que su salvación está cerca de los que en Él aguardan. Por la fe deberíamos comprender, como asegura San Pablo en la epístola, que somos herederos de las promesas fabricadas a sus hijos, al pueblo de Israel. “¡Oh hondura de la riqueza, la sabiduría y la ciencia de Dios! ”, exclama San Pablo en la epístola de esta semana. Asimismo el salmo del domingo toma una triunfante expresión de alegría y gratitud. Por el hecho de que en el Evangelio, el Padre celestial revela el secreto de su reino a Pedro.

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Jesús, en el Evangelio de esta semana, utiliza de nuevo el símbolo veterotestamentario de la viña para enseñar sobre Israel, la Iglesia y el reino de Dios. Es fácil también entender el simbolismo de la primera lectura y el salmo. Pero, ¿llevamos un traje conveniente para el banquete? Jesús advierte que no todos y cada uno de los llamados van a ser escogidos para la vida eterna. Asegurémonos de vivir en modo digno de la convidación que hemos recibido (cf. Ef 4,1).

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Esta domingo, en la Misa, escuchemos el inicio del Evangelio y comprometámonos a vivir con santidad y devoción. Como los pobladores de Jerusalén que aparecen en el Evangelio, debemos salir y asistir hacia Él, arrepentirnos de nuestros pecados, de pereza y de coche-indulgencia que hacen de nuestra vida un desierto. Debemos enderezar nuestras vidas, de modo que todo cuanto hagamos nos conduzca hacia Él. Y cada uno de nosotros debe oír una llamada personal en las lecturas del domingo.

En este drama familiar observamos cumplida la profecía de Isaías y la promesa de la que cantamos en el salmo de este domingo. En Jesús, Dios da a entender a todas y cada una de las naciones su sendero y su salvación (cf. Jn 14,6). Después le asegura que su misión está destinada solo a los israelitas. Para finalizar emplea la palabra “perro”, una expresión utilizada para despreciar a los no israelitas (cf. Mt 7,6).

Como Jesús nos advierte, debemos resguardar que no sea arrebatada por el diablo o ahogada por las preocupaciones mundanas. Desde el instante en que los primeros hombres rechazaron la Palabra de Dios, la creación fué esclavizada de lo vano (cf. Gn 3,17–19; 5.29). Pero la Palabra de Dios no sale para volver a Él sin resultado, como oímos en la primera lectura del domingo. Como cantamos en el salmo de este domingo, en Jesús la Palabra de Dios ha visitado nuestra tierra, para empapar el suelo pedregoso de nuestros corazones con las aguas vivas del Espíritu (cf. Jn 7,38; Ap 22,1). Nuevamente vemos, como la semana anterior, que los secretos del reino son revelados a los que abren sus corazones, realizando de ellos tierra fértil donde la Palabra puede crecer y dar frutos.

Tras semanas de oír sus expresiones y ver sus maravillas, como los discípulos, somos cuestionados sobre quién es Jesús enserio. La liturgia nos sugiere ir a conocer, en este pasaje del libro de Sabiduría, una profecía de la Pasión del Señor. Escuchamos a sus enemigos quejarse de que “el Justo” ha desafiado su autoridad, y les ha reprendido por violar la Ley de Moisés y por traicionar lo que aprendieron como líderes y maestros del pueblo.

En Ella saboreamos la amabilidad de Dios, como cantamos en el salmo de hoy, regocijándonos por dado que, habiendo estado fallecidos, hemos vuelto de nuevo a la vida. La primera lectura y el salmo de este día miran hacia atrás, hacia las increibles hazañas del Éxodo. Ambos ven en el Éxodo un patrón y una profecía para el futuro, en el momento en que Dios restaurará la fortuna de su pueblo, caído en el pecado. Pero las lecturas de hoy señalan mucho más adelante, a un Éxodo todavía más grande, cuando Dios reunirá a las tribus exiliadas de Israel, que fueron dispersadas a los cuatro vientos, a los confines de la tierra. Esta cuaresma, la Liturgia nos ha mostrado al Dios del Éxodo.

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