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Pero los habitantes de todo el planeta no temieron al imperio sencillamente; ellos también lo amaron y le adoraron. En Apocalipsis, el planeta se expone de buena gana para aceptar la autoridad de la bestia, y para no sugerir consideración alguna a Dios. “A la bestia la adorarán todos los habitantes de la tierra,” asegura el versículo 8.

En esencia, esto es lo que Cristo comunica a su iglesia en todo instante. Exactamente el mismo principio se ha repetido constantemente a través de la historia del cristianismo. Adondequiera que los herejes son tolerados por el pueblo o por los líderes, la iglesia ha estado a puntito de ser destruída por la recelosa furia de Cristo.

Estudios De Las Profecias

Jesús es tentado por el demonio, de la misma Adán. No obstante, en contraste a este, que con su caída provocó el dominio del pecado y de la desaparición en el mundo (cf. Rm 5,12-14,17-20), Cristo vence a Satanás. El pacto de Dios con Noé, que leemos en la primera lectura, marcó el comienzo de un nuevo mundo; más aún, prefiguró una nueva y más importante coalición entre el Creador y su creación (cf. Les 2,20; Is 11,1-9). En la epístola de este domingo, San Pedro nos ten presente que, tal como Noé y su familia fueron mantenidos de las aguas del diluvio, asimismo nosotros somos salvados por las aguas del bautismo. Como cantamos en el salmo de este domingo, Jesús creyó aún en el momento de su aflicción y Dios lo liberó de los nudos de la desaparición (cf. Sal 116, 3). Como Moisés, Jesús también sube a la montaña con tres amigos, cuyos nombres podemos encontrar en el artículo y ve la gloria de Dios en una nube (cf. Ex- 24,1.9.15).

• Oímos a sus contrincantes quejarse de que “el Justo” ha desafiado su autoridad, y les ha reprendido por violar la Ley de Moisés y por traicionar lo que aprendieron como líderes y instructores del pueblo.

Dios, con las promesas que hace a Abrán en la primera lectura de hoy, formó el pueblo por medio del que Él se revelaría a sí mismo y concedería sus bendiciones a toda la raza humana. Los samaritanos eran israelitas que escaparon del exilio cuando Asiría conquistó el Reino del Norte, ocho siglos antes de Cristo (cf. 2R 17,6; 24–41). Fueron menospreciados por casarse con no-israelitas y por rendir culto en el monte Garizim, no en Jerusalén. Esas aguas no podían sacarse del pozo de Jacob, padre de los israelitas y asimismo de los samaritanos. Pero Jesús es mayor que Jacob (cf. Lc 11,31–32).

Las Bestias De Apocalipsis 13

También Moisés -que fue llamado a socorrer al hijo primogénito de Dios, el pueblo de Israel (cf. Ex 4,22; Si 36,11)-, fue además conminado al nacer, por un tirano receloso y enfadado (cf. Ex 1,15-16). Y tal como Moisés fue salvado por su madre y su hermana (cf. Ex- 2,1-10; 4,19), Jesús también es salvado por su familia, de acuerdo el plan de Dios. Y en el drama del Evangelio de hoy, observamos el núcleo del nuevo pueblo de Dios -la Sagrada Familia- tolerando la persecución de quienes intentan eliminar al niño y su Reino.

La primera bestia del mar era ridícula, con siete cabezas y diez cuernos. Poseía las informaciones combinadas de leopardo, oso y león. A esta bestia le va a ser permitido ejercer su poder sobre el planeta y la iglesia durante sólo un corto tiempo de 42 meses o 3½ años durante la persecución de la iglesia. Ciertos han especulado que la herida de la bestia tiene relación a la destrucción del Imperio Romano en 476 d.C. Dicen entonces que el imperio fué prodigiosamente “resucitado” o reavivado por Justiniano en 554 d.C.

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Con Pedro, nos regocijamos de que Jesús es el hijo ungido prometido a David, de quien se había profetizado que edificaría el templo del Señor y reinaría sobre un reino eterno (cf. 2 S 7). En la Misa nos garantizamos nuevamente como sacrificio de alabanza interesante y perfecto (cf. Hb 13,15). Bendecimos al Señor en tanto que nos encontramos vivos, confiados en que encontraremos nuestra vida al perderla; en que las riquezas de Su banquete satisfarán nuestra alma. Es estar dispuesto a dejar todo, aun a la vida misma, por la causa de su Evangelio. Como dice san Pablo en su epístola, debemos unirnos a la pasión de Cristo para sugerir nuestros cuerpos—todo nuestro ser—como sacrificios vivos a Dios.

En recuerdo de su alianza con Abrahán, hizo aparecer a Moisés (cf. Ex– 2,24; 3,8), y mucho más adelante juró un reino eterno a los hijos de David (cf. Jr 33,26). Nuestra novedosa vida es un don del “Espíritu de gloria” del que oímos en la epístola de hoy (cf. Jn 7,38–39). Hechos uno en su Nombre, se nos dió un nuevo nombre “cristianos”, título usado solo aquí y en 2 sitios mucho más de la Biblia (cf. Hch 11,26; 28). Tenemos que glorificar a Dios más allá de que vamos a ser insultados y sufriremos por su Nombre. Sin embargo, como los israelitas murmuraron en el desierto, muchos no aceptan esa Palabra en el Evangelio de el día de hoy. Incluso múltiples de precisamente los mismos seguidores de Jesús lo abandonan después de este alegato (cf. Jn 6,66).

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La muchedumbre que presencia en el evangelio de hoy la multiplicación de los panes, identifica a Jesús como ese profeta. Jesús, en el evangelio de esta semana, les asegura a las multitudes que lo están siguiendo por causas equivocadas. También los israelitas estaban contentos de seguir a Dios mientras que habían comido abudantemente. Algunas veces estamos como el profeta Elías que detalla la primera lectura de este domingo.

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Con la mujer cananea, tomamos nuestro ubicación en la mesa del Señor para ser alimentados como sus hijos. Al principio de la narración de la salvación, Dios llamó a Abraham (cf. Gn 12,2). Él eligió a su descendencia, Israel, de entre todas las naciones que había sobre la faz de la tierra, para construir el reino de su coalición (cf. Dt 7,6–8; Is 41,8).

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