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Por qué razón Absolutamente nadie está Refiriéndose a Sis Semper Calumniam Sustinens

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sis semper calumniam sustinens

No voy a reiterar que de ti diríase que has violado a múltiples vírgenes; que nobles matrimonios, rotos por ti, fueron disueltos por la justicia pública; que, impuro y desvergonzado, has visitado los lupanares. Todo lo citado es de una enorme gravedad en sí, pero, comparado con lo que voy a añadir, resulta de menor importancia. Dime, ¿qué clase de delito es aquel frente el que el estupro y el adulterio quedan pequeños? Eres el considerablemente más mi­ serable de los fatales.

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Deuteronomio 28,30

En cambio, el que se acusa con fingimiento, puesto a prueba por una injuria incluso insignificante, o por un minúsculo castigo, se siente incapaz de aparentar humildad y disimular el fingimiento. Susurra, brama de escandalo, le ocupa la ira y no da señal alguna de encontrarse en el cuarto nivel de humildad. Mucho más bien pone de manifiesto su situación en el noveno grado de soberbia, que, según lo descrito, puede ser llamado, en sentido pleno, confesión fingida. ¡Qué confusión tan colosal bulle en el corazón del soberbio! En el instante en que se revela el estafa pierde la paz, se va marchitando la reputación y, al tiempo que, queda íntegra la culpa.

Vellem me doceret benigna sinceritas tua, 18 Ez 20,25. y se encontraban en los hebreos, y por qué razón, en cambio, en la segunda, que está hecha directamente del hebreo, se puso menos diligencia para que esos signos aparezcan en sus correspondientes lugares. Hubiera amado citarte algún pasaje a modo de ejemplo, pero este es el día en que todavía no dispongo del códice con la traducción a partir del hebreo. Sin embargo, ya que siempre y en todo momento vas por enfrente con tu talento, pienso que entiendes de sobra lo que digo, y aun lo que hubiese amado decir; por eso, planteada la cuestión, explícame este punto que me preocupa.

Al amadísimo hermano Aurelio, Inocencio. Bien hizo nuestro copresbítero Jerónimo en confiar que tu aprecio hacia él encontraría el piadosísimo sendero que llega hasta nosotros. Compadecemos a este miembro de nuestra grey, y lo que creimos se debía llevar a cabo, o lo que pudimos llevar a cabo, lo hemos ejecutado rápidamente. Que tu fraternidad, hermano dilectísimo, se apresure a entregar esta carta al antes citado. que lea primero este libro, a fin de que antes de emprender el cami­ no sepa de qué debe prevenirse. adjuntado con el alma y el cuerpo, la substancia del Espíritu Santurrón, que no puede perecer, sino más bien sus gracias y dones, que, por nuestra vir­ tud o vicio, se encienden o se apagan en nosotros.

Las criadas jóvenes que están a su servicio, sábete que tienen la posibilidad de serte una trampa; pues cuanto considerablemente más baja es su condición, tanto es más fácil su caída. También Juan Bautista tuvo una madre santa y era hijo de sacerdote, y, no obstante, no se dejó vencer por el cariño de la madre ni por las riquezas del padre para vivir en la casa paterna con riesgo de su castidad. Vivía en el desierto, y sus ojos, deseosos de ver a Cristo, no se dignaban ver ninguna otra cosa. Su ves­ tido era áspero; su cinto, de piel; su comida, langostas y miel silvestre; lo mucho más pertinente para la virtud y la continencia.

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No supo de antemano que iba ser vendido; y también era mucho más inminente su traición que su ensaltación. No deseo decir con esto que este colosal patriarca hubiese caído en la soberbia. Pero su ejemplo nos enseña que quienes disfrutan del espíritu de profecía y adivinan los hechos futuros tienen la oportunidad de ver algo, si bien no en totalidad. Quizás alguien se empeñe en mantener que la vanidad actúa en ya que, aun siendo adolescente, se entretenía en contar unos sueños cuyo secreto ignoraba.

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Más allá de que su historia es pura palabrería y ostentación, se considera como la encarnación misma de la vida monástica, y en lo íntimo de su corazón se tiene por el más santurrón de todos. En el instante en que alaban algún aspecto de su persona, no lo asigna a la ignorancia o benevolencia del que le encomia, sino más bien arrogantemente a sus méritos. De esta manera, tras la singularidad, la soberbia demanda para sí el sexto nivel.

Quod profecto, quantum in nobis est, cauere debemus. At si forte, quod per nos innotescere nolumus, etiam inuitis nobis eis, quibus nolumus, innotuerit, quid restabit nisi aequo animo habere Domini uoluntatem? Neque enim hoc scribere ad quemquam deberem, quod semper latere uoluissem. Estas y otras causas que se me ocurren, las repito como puedo contra quienes desean destruir esa sentencia de la crea­ ción de cada alma a semejanza de la primera. Pero en relación llego al castigo de los pequeños, me siento oprimido por grandes angustias, créeme, y no sé en absoluto qué contestar. Y no hablo solo de las penas que tras esta vida transporta consigo la condenación, a la que por necesidad pararán estos pequeños si mueren sin el sagrada­ mento de la felicidad cristiana.

Esta corto carta desde la santa Belén se la he entregado al santo presbítero Inocencio a fin de que les la lleve. Vuestra nieta Paula les pide entristecida que os acordéis de ella, y les saluda muy afectuosamente. Que la clemen­ cia de Nuestro Señor Jesucristo les conserve sanos y lleve a cabo que os acordéis de nosotros, señores verdaderamente santurrones y Progenitores dignos del aprecio de todos.

Siricio I ; II 29. Sisinio, diácono II . Sixto, papa II 738.

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