La clave de Revelation del Que Nadie está Hablando francamente sobre

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Su palabra de salvación vino a nosotros en la Iglesia- por medio del ministerio de los apóstoles, quienes en el evangelio de el día de hoy son enviados como Él fue enviado. Es de este modo como nosotros deberíamos oír las Escrituras. No solo para comprender más sobre Jesús, sino más bien para experimentarlo personalmente y conocer el plan que tiene para nuestras vidas. Les dice que todas las Escrituras lo que el día de hoy nosotros llamamos el Viejo Testamento mencionan a Él. Les asegura que todas y cada una de las promesas ahí contenidas se han cumplido en su pasión, muerte y resurrección. Y les asegura que estas Escrituras profetizan la misión de la Iglesia – el predicar el perdón de los errores a todos y cada uno de los pueblos, empezando en Jerusalén.

Él nos llama hoy a investigar nuestra contestación a la Ley de Dios. Esto significa que debemos poner en práctica la Palabra, no únicamente escucharla. Como cantamos en el salmo de este domingo y oímos en la epístola, debemos trabajar por la justicia, cuidando a nuestros hermanos y viviendo según la verdad que Dios puso en nuestros corazones.

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Vemos el deseo y la expectación de Israel en el Antiguo Testamento y corroboramos asimismo que Dios cumplió sus promesas mandando al planeta a su Hijo Único. Jesús es el descendiente beato, el Dios y Salvador esperado. En la liturgia de este día, cada uno de nosotros está llamado a ser parte de esa muchedumbre que escucha la “Buena novedosa”, la exhortación de Juan a arrepentirse.

Y la liturgia de hoy nos dibuja un vívido retrato de nuestro nuevo rey, tal como del reino que Él nos vino a traer. También Jesús nos señala un profeta, presentando a Juan como modelo. Éste sabía que la vida era más que el alimento y el cuerpo mucho más que el vestido. Procuró primero el Reino de Dios, confiando en que Dios proveería (cf. Mt 6,25–34). Aún encadenado en su celda, mandaba a sus acólitos—y a nosotros—al Salvador.

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Y tal como Moisés nombró a Josué, Jesús escogió a los 12 para que prosiguieran pastoreando a su pueblo en la tierra. Al paso que el evangelio de el día de hoy nos muestra a los Doce regresando de su primer viaje misionero, el grupo de las lecturas nos recomienda ir a continuar meditando sobre la autoridad y misión de la Iglesia. En la Eucaristía, somos hechos un solo cuerpo con el Señor, como oímos en la epístola de el día de hoy. Dispongámonos a llevar una vida acorde con tan digna vocación. Apreciemos el paralelismo que hay entre el evangelio de el día de hoy y la primera lectura.

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Y su luz prosigue reluciendo en su Iglesia, la novedosa Jerusalén prometida por Isaías en la primera lectura de el día de hoy. San Pablo construye su razonamiento en la epístola por medio de una sucesión de contrastes entre “uno” o “una solo hombre”, y “muchos” o “todos”. Por la desobediencia de un individuo entró el pecado y la condena al planeta, y la desaparición empezó a reinar sobre todos. Por la obediencia de otro, abundó la gracia, todos fueron justificados y la vida vino a reinar para todos. Después, Dios elevó sus promesas a coaliciones eternas y cambió el nombre de Abrán por Abrahán, prometiéndole que sería padre de una multitud de naciones (cf. Gn 17,5).

Ambas citas intentan evocar la visible caída del reino eterno prometido a David (cf. 2 S 7,12–14; Sal 89; Sal 132, 11–12). La liturgia de el día de hoy nos ofrece una lección de geografía y también historia israelita antigua. Adán, que fue formado de la arcilla del suelo y lleno del aliento del propio Espíritu Divino, era hijo de Dios (cf. Lc 3,38), desarrollado a su imagen (cf. Gn 5,1–3). Coronado de su gloria, se le dio poder sobre toda la tierra y la protección de sus ángeles (cf. Sal 8,6–8; 91,11–13). Fue desarrollado para venerar a Dios; para vivir no solo de pan sino de la obediencia a cada palabra que sale de la boca de Dios.

Él debe de gobernar sobre la “casa de Jacob” –título utilizado por Dios en el instante en que logró su alianza con Israel en el Sinaí (cf. Ex- 19,3) y también al jurar que todas las naciones adorarían al Dios de Jacob (cf. Is 2,1–5). El cumplirá la coalición que Dios hace con su escogido, David, en la primera lectura del domingo. Como cantamos en el salmo, Él reinará por siempre como el mayor de los reyes de la tierra, y va a llamar a Dios “mi Padre”.

Para ese momento del tiempo, tu DEBES estar listo para fallecer en lugar de tomar esa marca. Tienes que estar listo para padecer la ejecución en vez de tomar la marca de la bestia, sin importar un mínimo cual sea el castigo. No te comprometas, y no te engañes a ti sobre este asunto, no cometas errores, esos que reciban la marca, aun los leales, SERAN CONDENADOS A LA IRA DE DIOS PARA SIEMPRE!!. Si tu recibes esta marca de la bestia que es el 666 en tu frente o tu mano, entonces estás terminado! La bestia de la tierra poniendo la “marca de la bestia”. Del Tapiz del Apocalipsis de finales del siglo XIV en Angers, Francia.

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Y en la epístola de el día de hoy San Pablo muestra a Jesús como el modelo de esa humildad por la que llegamos a comprender la verdadera senda de la vida. El primer hijo representa a los considerablemente más implacables pecadores de la temporada -publicanos y rameras-, que al comienzo, por su pecado, se resisten a servir en la viña del Señor, el reino. Ellos, con la predicación de Juan el Bautista, se arrepintieron he hicieron lo justo y acertado. Debemos proteger el no dejarnos perdernos por las espinas y las zarzas que son las intranquilidades de todo el mundo. Como advierte la epístola de el día de hoy, tenemos que llenar nuestro corazón y nuestra mente con pretenciones nobles y acciones virtuosas, regocijándonos siempre y en todo momento por que el Señor está cerca.

• Poseía las peculiaridades combinadas de leopardo, oso y león.

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